BIMILENARIO DE VlRGlLlO
publicado en ABC, 18-4-1930, pág 7 y 9
España y el ideal virgiliano
Virgilio se diferencia, sobre todo, de Homero en llevar, además, el peso de una grave conciencia política, y en no podemos ya parecer, a causa de esto, tan poeta. Inmediatamente, cuando se le despoja de sus máquinas de portento y de sus maravillas melodiosas, el Virgilio político no deja de parecerse, por ejemplo, a Mauricio Barrés: “La tierra y los muertos”. La tierra, que son las Geórgicas, y los muertos, con su inmortalidad, que son la Eneida. Entre la tierra y los muertos, las Églogas, que son, ante todo, un lazo espiritual, un poético puente entre el oficio sencillo y la divinidad fabulosa. El ideal patriótico de Virgilio es una Roma “rica de cosechas y de héroes”.
Como Barrés, cuando mira hacia atrás antes del victorioso golpe de César, ve un turbio período republicano y demagógico, con sus charlatanes, traidores, agiotistas, asesinos y meretrices, entre quienes se juegan y malbaratan los destinos ilustres de Roma y se vive confiadamente entre desastres coloniales de guerra, bancarrotas económicas, diversiones, vergüenzas, cohechos, Bancas ávidas, Sociedades anónimas y casas de ocho y diez pisos, cuya altura tendrá que reducir Augusto a treinta metros. Se han desertado el campo y la virtud.
Las Geórgicas tienen una fuente prosaica, oficiosa, nobilísima, de contribución a una propaganda administrativa y estatal de política agraria. Volver a la tierra y a los héroes y volver a los dioses también. He aquí Virgilio. A través de Virgilio toda la Historia se nos aparece como una aspiración al equilibrio entre la pastoral y la epopeya.
Es frente a la tierra de Sicilia, llena de pastorales griegas, donde acaso Cervantes imaginó por la primera vez que Don Quijote, el épico, en último ejercicio de perfección, querría profesar desarmado el ministerio pastoril, porque entonces sería, como nunca, hombre de Europa, cuyo espíritu ve incesantemente su ideal perdido y soñado en el retorno a la felicidad, bajo el báculo arcaico. De Virgilio a las pastorales del siglo XVIII -de Virgilio, que es orden, a Rousseau, que es demencia paradisíaca y delirante-, la lírica pastoril desenvuelve hasta deformarlos todos los motivos esenciales a la unidad moral de Europa. La égloga donde ponen los gentiles el último recuerdo de la Edad de Oro, viene a fundirse en los albores de la poesía cristiana con la nostalgia milenaria del paraíso, con el Cristo Orfeo y pastor de las Catacumbas, y las visiones del Pastor de Erma.
Tras la caballería de los cruzados, surge la pastoral franciscana, donde la cortesía se hace popular y divina y es una flor de primavera que perfuma el mundo. En seguida, con Dante y Petrarca, se abre la pastoral renaciente. El pastor, niño y ciclope, patriarca del Viejo Testamento, Monarca, fundador y dios grecolatino, es, ante todo, predilecto del amor y la muerte, garzón de Venus o Cibeles, esposo del cantar de cantares, precursor Bautista en el Jordán y Divino entre todos, Cristo, Buen Pastor que tiene por vicarios a Romanos Pastores. Toda ilusión de orden futuro necesita una pastoral y una epopeya: un pastor Pedro, y, junto a él, un Paladín Pablo, con las dos manos apoyadas sobre la empuñadura de la espada. Pastoral del aldeano de Alemania, Lutero, o del “berger” de Suiza, Rousseau, y en seguida epopeya de las guerras de Religión o de las guerras de Revolución. Allá lejos, en Ultramar, de la pastoral sudorosa -otra vez virgiliana- de los colonos, nacían mayos nuevos de paz y libertad. El viento antiguo neocristiano y neoclásico soplaba en las banderas de Washington y de Bolívar.
El Imperio ha podido consolar a los hombres como una idea eterna. Ha combatido a los cartagineses, a los escitas, a los turcos, a los agarenos, a los luteranos como los griegos han batido a los persas. El viento de Lepanto es el mismo de Salamina. Pero es Virgilio, el poeta de Augusto, quien al venir a la tierra de Sicilia, inventa el equilibrio de la pastoral y la epopeya, el Imperio Piadoso, invocando a las musas sicilianas. No en vano Goethe ha llamado a Sicilia “isla reveladora”. Desde este balcón sobre Grecia, Virgilio aprenderá mirando a Grecia -mirando sin querer, también hacia Belén. Las pastorales de aire divino que reconciliaran al mundo cristiano con el mundo clásico, y citaran los Papas y Doctores como profecías. Las sibilas por virgilianas, más que por sibilas –ultima Cumaei-, estarán en el techo de la Sixtina mezcladas a todas nuestras grandes, cristianas y católicas alegorías. Desde Sicilia, mirando a Grecia, Virgilio imitará la epopeya homérica, y la Eneida será el puente latino tendido entre la antigüedad y La Divina Comedia, de Dante, el sumo poema cristiano. Virgilio y la tierra síciliana van a servir de intermediarios de universalidad a todos los Imperios futuros.
(continúa)
Última edición por Amenofis el Mar Ago 20, 2013 5:53 pm, editado 2 veces en total
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