https://www.abc.es/historia/abci-duro-e ... min4pKJhzsEl duro día a día de un español de la División Azul en Rusia: «Los francotiradores eran una pesadilla»José M. Estévez se adentra en su nuevo ensayo histórico en los anhelos y desvelos de los hombres de II Batallón del Regimiento 262 de la 250ª División de la 'Wehrmacht'
Manuel P. Villatoro - 24/03/2022
En la Rusia de 1942, el viento no portaba solo temperaturas bajo cero y el olor metálico de la sangre recién derramada. Muy al este de una Europa que deshacía en pedazos, en el frente de Leningrado, traía también voces en la lengua de Cervantes y alguna maldición inteligible. «Lo que ocurre en este maldito país no pasa ni en el infierno». El soldado Manuel Ríos Rot mascullaba así, pelado de frío, mientras anhelaba el clima tórrido de su Córdoba natal. A su lado, Abelardo Suárez Fernández leía una misiva enviada por su madrina de guerra; no l conocía en persona, pero estaba dispuesta a darle ánimos a través de sus escritos. Era un día más del II Batallón del Regimiento 262 de la 250ª División de la 'Wehrmacht' en la Segunda Guerra Mundial.
Algunas hojas del calendario después, a mediados de febrero de 1943, los miembros de este batallón de la División Azul entraron por la puerta grande en la historia al resistir cual jabatos la acometida del Ejército Rojo en la ofensiva de Krasny Bor. Unos pocos contra muchos; 5.000 españoles frente a dos divisiones soviéticas equipadas con cien carros de combate, ochocientas piezas de artillería y apoyo aéreo. Y vaya si aguantaron a pesar de la rudeza del combate. «La situación, desesperada. Completamente sitiados desde las 10.30, combato en todas direcciones. El enemigo me domina desde la vía y me inmoviliza. Imposible replegarse combatiendo por carecer de armas automáticas y tener que transportar heridos», escribió el capitán Teodoro Palacios.
'Solo muerte el olvidado' (Actas), el nuevo ensayo del coronel de Infantería de Marina y estudioso de la División Azul José M. Estévez Payeras, narra de forma pormenorizada todo este viaje. Un periplo que llevó a decenas y decenas de españoles a recorrer cuatro mil kilómetros para combatir el comunismo en el corazón mismo de la URSS. Aunque lo hace de forma diferente a lo visto hasta la fecha. Las armas de este experto en el II/262, como se refiere al regimiento de forma abreviada en la obra, son un sinfín de misivas personales, informes de época, los archivos militares de Ávila y Segovia y –entre otras tantas cosas– los testimonios de su abuelo, José Payeras Alcina, jefe de la unidad.
Su tono se aleja de la mera narración de los hechos militares; aunque no se olvida de ellos. Busca adentrarse en la vida y las virtudes de cada uno de los soldados del batallón. Narrar sus orígenes, sus temores, sus desvelos y sus anhelos. «He querido humanizar a cada miembro de la unidad. Han pasado ochenta años y tenemos que ver las cosas con los ojos de ese momento. Hoy vivimos de los estereotipos, pero nada es tan fácil. Cuando te metes a mirar expedientes, cartas personales... te das cuenta de que no todo es blanco o negro», explica Estévez. Ahora, casi siete años después de iniciar las pesquisas para alumbrar esta obra, siente la humanidad de cada uno de ellos.
Primeros pasos
Todo comenzó con tres palabras: «¡Rusia es culpable». El 24 de junio de 1941, tan solo dos días después del estallido de la 'Operación Barbarroja', Ramón Serrano Súñer vociferó desde un balcón de la calle Alcalá una llamada a los combatientes ansiosos de enfrentarse a la URSS. «Tras el discurso del ministro de Asuntos Exteriores empezaron los banderines de enganche. Hubo miles de voluntarios y se creó la División Azul, que empezó a combatir el 12 de octubre en Nóvgorod. Luego, en agosto del 42, fue trasladada unos kilómetros al norte para combatir en la batalla por Leningrado», sentencia el autor. Por el camino pasaron por un campo de entrenamiento y padecieron todo tipo de penurias.
¿Por qué se alistaron los miembros de la División Azul en general y del II/262 en particular? Según Estévez, existen mil motivos. El vértice común fue el anticomunismo, pero también hubo muchos que «tenían cuentas pendientes desde la Guerra Civil, espíritu aventurero, vocación militar» o cierto resquemor por no haber podido luchar en el conflicto fratricida. El soldado castellonense Enrique Vidal Vicent es el ejemplo más claro de ello. El 3 de diciembre, durante el viaje en tren hacia el frente, explicó sus razones a sus compañeros: «No os iba a dejar solos, quería formar parte de estas andanzas. Y, además, estando en paro y con cuatro bocas que alimentar, a mi familia le vendrá estupendamente el dinero».
Algunos como el vallisoletano Félix Carnicero Cubillas escondían otros motivos. De pasado republicano, se alistó con la idea de pasar desapercibido y saltar la trinchera en cuanto sus compañeros se despistaran. Cambió de bando el 12 de septiembre de 1942, al poco de que su unidad tomara posiciones en las afueras de Leningrado. Esa noche comenzó lo que sus viejos camaradas denominaron 'Radio Carnicero', una retahíla de soflamas en las que invitaba a los españoles a cambiar de bando: «Me he pasado al campo rojo. Aunque he hecho esto, no soy traidor a mi patria, soy mejor español que vosotros, pasaos a este campo, pues se está muy bien, además, este es el camino para regresar antes a España. No sirváis a los alemanes, habéis sido engañados. No entraréis nunca en Leningrado».
Día a día
Aunque en lo que se centra el libro, su génesis, es el día a día de los soldados españoles en el frente ruso. Más de los fusileros que de los oficiales, de los que, en palabras del autor, ya existe mucha información recopilada. «Mi objetivo era cumplir lo que prometía el título, no dejar a nadie olvidado. Quería hallar y narrar la vida de todos los combatientes, del primero al último», afirma Estévez. Por eso siete años de investigación profunda. Y por eso también una obra en la que cada página es una fuente de testimonios inéditos y desconocidos. Documentos obviados por la gran historia que había que desempolvar y devolver a la vida.
«El día a día era durísimo. Un soldado de la División Azul de primera línea, que son los que yo he estudiado, prácticamente vivía de noche y descansaba con la llegada de la luz. Para empezar, no podía asomarse por la trinchera por el riesgo de ser objetivo de un francotirador. Combatía con la caída del sol, cuando también se reforzaban las fortificaciones y se reabastecían las compañías», sentencia el autor. El frío y el hambre eran compañeros de viaje habituales; lo mismo que el sonido de los combatientes del Ejército Rojo, ubicados en trincheras construidas apenas a doscientos metros. El tiempo muerto lo pasaban revisando sus Máuser y sus ametralladoras.
Ellos, sin embargo, solían hablar de las bondades del frente en sus misivas a la familia. Porque la máxima era que lo que pasaba en el frente se quedaba allí, enterrado bajo la gélida nieve rusa. En primer lugar, por «una censura militar que les impedía dar ningún detalle operativo de las misiones», pero también porque no querían preocupar a sus mujeres y sus hijos. «No solían hablar de cosas trágicas. Un ejemplo es que, tras una dura batalla, se centraron más en los quince días de permiso que tuvieran o Riga», incide Estévez.
Lo que sí contaban eran sus sentimientos, las ganas que tenían de volver –si las hubiere–, lo cuidados que se sentían y lo bien que comían. «Es curioso analizar las cartas que escribían tras días de batalla. Minimizaban lo que había ocurrido. Era algo común que he visto en cartas de mi abuelo», completa.
Las cartas dejan entrever también que los soldados españoles tenían mucha capacidad de empatizar con la población. «Decían que el ruso era parecido a ellos», explica. A cambio, les sorprendía el carácter de los soldados del Tercer Reich, mucho más cuadriculado. «Para los alemanes, verse luchando con combatientes con más iniciativa les chocaría. Al final, sin embargo, preferían tener a un miembro de la División Azul al lado porque sabían que eran eficientes». Poco habla Estévez de ideología o política. Nada en realidad. Lo suyo es otra pelea. «Mi objetivo era descubrir anécdotas olvidadas y las vivencias de los hombres que compusieron el batallón», sentencia.
¿Se queda con alguna gesta en concreto?
Muchísimas. Algunas historias dramáticas de gente que ha dejado su familia y que, poco antes de recibir la orden de repatriación, cayó en el frente. O episodios de compromiso, de algunos que no quisieron marcharse para no abandonar a sus compañeros. Al ser una unidad formada por voluntarios tenía una cohesión muy grande.
¿Qué representa Krasny Bor en la obra?
Es el punto focal del libro. Aunque es cierto que no se puede entender el comportamiento de esta unidad sin los combates previos que la fueron forjando y adiestrando. Gracias a los mismos se conocieron y descubrieron sus puntos fuertes y sus debilidades. Todo ello les dio un poder combativo altísimo. Pero Krasny Bor fue clave. Fue la última gran batalla, en el sentido más clásico, en la que ha participado el ejército español. Una con miles de soldados, cientos de bocas de artillería, decenas de carros de combate...
¿Existe algún elemento diferenciador de esta unidad con respecto a otras de la División Azul?
No hay un elemento diferenciador con otras unidades de primera línea. Pero lo que les tocó vivir fue único. Las horas de la mañana desde que comenzó el bombardeo en Krasny Bor fueron durísimas. El batallón prácticamente desapareció cumpliendo con su deber. Murieron doscientos hombres, cayeron heridos más de trescientos... Sin contar con los cuarenta prisioneros que cayeron en manos del Ejército Rojo después de haber disparado hasta el último cartucho.
¿Cómo fue su cautiverio?
Realmente duro. Muchos murieron. Otros pudieron volver en la década de los cincuenta. Fue malvado, largo... Estuvieron sometidos a una presión psicológica durísima... Algunos claudicaron, pero siempre les pudo el amor a España.
¿Y su regreso a España?
La vuelta fue feliz para casi todos porque habían cumplido con su deber. Lo triste fueron las familias de sus compañeros. A parte de perder a sus seres queridos empezaron una batalla burocrática por una pensión y para conseguir que se reconocieran estas muertes. Como en Krasny Bor no se pudieron recuperar prácticamente ninguno de los cadáveres porque quedaron en zona batida, hubo muchos problemas para el reconocimiento de las muertes en combate y de las pensiones.