Elogio a los gorriones
La periodista Natàlia Rodríguez debuta en la literatura con la novela ¿Viatjant amb cendres?, reflexiva crónica filosófica, ambientada en Rusia, sobre la extrema historia del siglo XX.
Sábado, 3 de abril de 1954, Arriba a Barcelona el ‘Semíramis’ con los españoles rescatados, abría La Vanguardia (Española) su portada, con foto de Pérez de Rozas, recuerda Antoni Coll. Era la repatriación de un contingente de la División Azul. Estamos en la presentación de la primera novela de la periodista Natàlia Rodríguez, Viatjant amb cendres (Arola Editors). La sala de actos del ayuntamiento se ha quedado pequeña. No cabe un alfiler. Se han tenido que abrir las puertas. Presenta la obra Carlos Pérez de Rozas, hijo del fotógrafo anteriormente citado y representante de una saga mayúscula de fotoperiodistas. Por un momento, Pérez de Rozas rememora los veranos de su infancia en Santes Creus, antes de reconocer que ha leído, «fascinado y estremecido», la historia con la que debuta Natàlia, un recorrido extenso, intenso y profundo, entre literario y filosófico, por la historia del extremado siglo XX.
Comienza el libro con una cita de Tolstoi, de Guerra y paz: Todo lo que sé, lo sé porque he amado, esencia última de la pieza y una constante metaliteraria y posmoderna que se prodiga a lo largo y ancho de la obra, profusa en citas. La Rusia abismal, casi infinita, símbolo por instantes de la nada, lo embadurna todo. Sus ideales y ensoñaciones, el hambre y sus colas, sus continuas paradojas, sus posturas rígidas, su narrativa inabarcable, su pasado imprevisible... El diario de un escritor, exiliado republicano, profesor de Lengua y Literatura, herido por una sequía de letras galopante, nos acerca con tino a esa realidad extrañamente fría, crónica de un rojo desteñido por el lavado del tiempo, en medio de un bosque de puños en alto que se extingue sin remedio. La lengua como única patria. La cultura como método de arraigo hacia la libertad. La ciudad de Derbent como puerta a un siglo, el pasado, de humana barbarie, pura ceniza en nuestras manos, un manicomio sólo previsto con destreza por Kafka.
Asegura Natàlia que había perpetrado una novela de dimensiones tan descomunales como la Rusia esbozada. La recortó a petición editorial. Se confiesa disciplinada en las recomendaciones. Inventa y sintetiza han sido sus máximas. Escribía entre lecturas de libros abiertos sobre la tabla de coser de su madre, en rebelión contra el minimalismo mental y «el pensamiento monolítico. Dostoievski asesinó la novela», proclama. «Con él se desdibujaron las fronteras entre el bien y el mal». Enfermedad y muerte, como inicio de una sexualidad perdida, acechan sus páginas, rebosantes de un anecdotario frondoso y preciso, en un intento de la escritora por entender lo ocurrido, de labrar la construcción de la identidad a través de la memoria, de describir con soltura veraz las entretelas silenciadas del mal. Y una reivindicación, un canto, un elogio a esos gorriones parduzcos y cenicientos que vagan por nuestras cornisas, eternamente olvidados por la literatura en favor de las románticas golondrinas. Ellos, en su medianía sedentaria, son los héroes de una resistencia por fin reconocida. Tants anys... Per acabar on comences.
_________________
"Ante Dios nunca seras heroe anonimo" de la Ordenanza del Requete
|