(continuación del artículo "España y el ideal virgiliano")
Y a nosotros también. Ahí están nuestros escudos españoles de Sicilia. Con ellos he rezado alguna vez como un rosario de coronas y de cuarteles españoles en la alegría y la tragedia de las dos Sicilias. Con ellos, bajo el cielo caritativa de la magna Grecia, he rememorado una epopeya castellana -la del Mío Cid hasta Lepanto y hasta Rocroy- junto a una pastoral castellana: la de Berceo, la del Arcipreste, la de Montemayor, la de Garcilaso, la de Cervantes, la de fray Luis, la de Juan de la Cruz. Con ellos –escudos españoles de Sicilia- he visto mezclarse sobre la tierra siciliana, como en ninguna tierra del orbe, las lecciones más equilibradas y puras de la conciencia clásica con las catástrofes y los desordenes más violentos o fatales del tiempo y de la Naturaleza.
En la torre casi derruida de Castellamare, en Palermo, una fina puerta de arco rebajado, hermana de las de Toledo y Alcalá, sostiene las armas reales. El sol de mediodía da como en el rostro de un cuadrante solar en el viejo escudo de España. Al fondo, sobre el intenso mar azul, aquietado en el cerco de oro de los montes, flotan, como pétalos en una copa, las embarcaciones pintadas a la antigua, de colores claros. Bajo las nubes blancas, que deshacen ya su cortejo matinal de bodas, el escudo del Rey Fernando y la Reina Isabel casi brilla en el mármol donde fué sobriamente inciso sin escarolados follajes. A las lados, bajo dos angélicas alas, lleva esculpidos el yugo de buey y el haz de flechas.
¡Escudos españoles de Sicilia!. Ellos dicen que tuvimos alguna parte en la idea humana, virgiliana, eterna, clásica y cristiana del Imperio. Todavía se quiso defender con ellos una unidad, una civilización, una cultura, un vuelo de epopeya, pero también una católica y romana pastoral de los Cárpatos a los Andes. Ellos dicen cómo supimos continuar el discurso milenario de las armas y de las letras; cómo invocamos, hasta donde nos fué posible, en la larga pelea el socorro de la musas; cómo dimos nuestra odisea de ultramar y nuestra. Edad de Oro: cómo ensayamos, no sólo oprimir y humillar a los pueblos, según se nos reprocha, sino también establecer una cooperación más elevada, inteligente y generosa que la que existe ahora. Italianos, flamencos, alemanes, franceses eran muchos de nuestros almirantes, de nuestros políticos, de nuestros embajadores, de nuestros prelados, y muchos españoles vivían por el Imperio en obediencia de estos extranjeros, Hicimos un esfuerzo por establecer una Monarquía universal, una unidad rectora del género humano, donde los mejores fueran copartícipes. Quisimos defender una paz en la religión v en la cultura.
Aquí, a la tierra de Sicilia, antes que con el de las columnas del “plus ultra”, vinimos con aquel otro escudo. Trajimos entre un yugo de buey y un haz de flechas los cuarteles de la nacional dinastía Cantaba sus Geórgicas con el yugo, y cantaba su Eneida con el haz. Más que ningún otro blasón, éste se acomodaba, con los signos de un doble trabajo -épico y rústico-, a la sencillez, a la modestia, a la fuerte y templada dignidad de Ítaca y de Castilla Nunca tuvimos otro escudo mejor. Con su haz de flechas y su yugo arcaico, él reafirmaba la Patria “rica de cosechas y de héroes" que Virgilio había soñado. Así volvía en el escudo virgiliano de la Reina Isabel aquel equilibrio entre la pastoral y la epopeya que Virgilio pasa todavía como un sueño dorado por Cervantes.
(continúa)
Última edición por Amenofis el Mar Ago 20, 2013 5:54 pm, editado 1 vez en total
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