Alguna aportación más sobre el tema:
El servicio sanitario de Batallón en los meses del invierno de 1942 al 43, como todos los demás servicios, sufrió una doble serie de circunstancias modificativas: el intenso frió y las dificultades que originó la enorme cantidad de nieve acumulada. Ambas circunstancias actuaron, como es natural, conjuntamente; pero cada una imprimió, por su parte, una cierta alteración a las condiciones normales.
La acción contra el frío tuvo dos capítulos de interés. El primero era la protección del cuerpo en su totalidad, es decir, las modificaciones en el vestuario y la protección de las extremidades, y segundo, las medidas que, a más de esta protección, habíann de tomarse para evitar las enfermedades por las bruscas diferencias de temperatura.
Los efectos de la nieve en grandes cantidades se dejaronn sentir en las dificultades extraordinarias del transporte de heridos y enfermos, en el excesivo consumo de energía por parte del soldado en los más pequeños desplazamientos y en las condiciones secundarias que se añadieron a las generales que determinaron las congelaciones locales.
Las modificaciones del vestuario eran de una extraordinaria importancia, y, como es natural, fueron resueltas de distinto modo por los dos Ejércitos en lucha. El Ejército ruso, que normalmente tenían que vivir, en gran parte del año, sometido a esas circunstancias, no necesitó hacer adaptación alguna, sino sólo usar su uniforme de invierno. Este uniforme consistía en las prendas siguientes: guerrera-pelliza de paño grueso, acolchada, de color pardo sucio (el color reglamentario del Ejército ruso de tierra era el caqui), con bolsillos incluidos en el espesor de la prenda, uno a cada lado, abiertos oblicuamente. Pantalón de la misma forma (acolchado) y de tela semejante.
Se vieron numerosos prisioneros, sobre todo al final del invierno, cuyos uniformes eran también acolchados, pero de tela más delgada. Botas altas, de fieltro, de un centímetro de espesor, de una sola pieza, sin suela añadida. Pasamontañas de paño grueso, con orejeras que normalmente iban colocadas sobre la parte superior, sujetas con cintas; pero que se abatían atándose las cintas por debajo de la barbilla. Este cubrecabezas era al principio en forma de casco, con un apéndice en la parte posterior y estrella de cinco puntas sobre la frente. Posteriormente los prisioneros llevaban exclusivamente el que hemos descrito, semejante, lo mismo que el uniforme, al traje de la población civil. La mayoría de los prisioneros no llevaban guantes.
Como es de suponer, este uniforme era una adaptación de traje civil, pues en él no llevaban emblema de ninguna clase. Capote no llevaban en general, y los que poseían, tomados en pueblos abandonados, eran, por su aspecto, de paseo. De paño pardo, forrado de piel, con cuello alto forrado también, sin botones en la parte anterior. Dos bolsillos como las guerreras ya descritas, y cinturón con botones dorados en la espalda.
Las prendas descritas garantizan un abrigo suficiente, incluso a las temperaturas máximas alcanzadas: -47 a -52 grados centígrados. Sin embargo, las botas presentaban el inconveniente de que se humedecían al entrar con ellas en lugares calientes, debido a la cantidad de nieve que se introducía en sus poros, y se estropeaban con facilidad. Precisaban un gran cuidado, cepillándolas siempre antes de quitárselas. Además de ello, la mayoría de los prisioneros llevaban dentro de ellas paja, para aumentar el espesor de la capa de aire.
Como vemos, en el Ejército ruso la adaptación al clima invernal se hacía aumentando el espesor de las prendas, acolchándolas y modificando el calzado. En el Ejército alemán, el uniforme de invierno era sensiblemente el mismo de verano, con la adición del capote y otras prendas, como jerseys, pasamontañas ligero, que no impedían llevar el gorro o casco: orejeras independientes, análogas a las que se usan normalmente en la Prusia Oriental, y guantes de punto.
La adaptación no podía hacerse más que de dos maneras: por sustitución de vestuario por otro, análogo al del Ejército ruso, o mediante adición de nuevas prendas. La primera solución no podía adoptarse por ser extraordinariamente difícil, y fue adoptada la segunda. Consistió en lo siguiente: Aumentar la cantidad de ropa interior por la colocación de un peto de paño ligeramente acolchado bajo la guerrera. El peto cubría pecho y espalda, dejando libres los brazos. Se sujetaba con cintas. Sustituir el capote reglamentario por un nuevo capote adaptado a las condiciones climáticas, llamado supercapote. Este era de dos clases: ordinario (para la tropa), de paño grueso, forrado de lana, muy largo, con capucha, y especial, para los centinelas, de pieles de animales con la lana o pelo hacia dentro, Tanto de una como de otra clase fueron suministrados en número suficiente, atendiendo primero a aquellos soldados que, por su misión, estaban más expuestos al frío: conductores, carreros, motoristas, y a los centinelas, patrullas y escuchas.
La bota no fue sustituida, pero se adaptó un tipo especial: la superbota, consistente en una bota colosal, de piso de madera de varios centímetros, y él resto de fieltro, que se colocaba sobre la ordinaria, cerrando luego con correas. Con posterioridad se suministraron botas de tipo semejante, pero más ligeras, para sustituir las ordinarias en los servicios en que se exigía movilidad, ya que la superbota la dificultaba extraordinariamente.
Con esto, las medidas de protección aseguraban suficientemente contra el frío. Sin embargo, las prendas indicadas no estaban en poder del Ejército cuando empezaron las primeras nevadas, y como nuestros soldados no concedieron importancia grande a las nuevas condiciones, se presentaron casos de congelaciones locales.
En los primeros tiempos del descenso de la temperatura, aproximadamente en los primeros dos meses, los medios de protección fueron insuficientes. Se acudió a varios medios improvisados para remediarlo, que en esencia fueron los siguientes: Envolver el pie en hojas de papel de periódico colocados entre dos calcetines, y éste dentro de la bota. Este medio se reveló como altamente eficaz contra la congelación. Colocar en lugar de papel, paja, si la holgura del calzado lo permitía. Reducir al mínimo la duración del servicio de cada centinela, medida que se mantuvo a lo largo del invierno, oscilando la duración de cada servicio, excepto casos especiales, entre quince y treinta minutos, a pie firme, y un tiempo mayor si se realizaba marchando o se trataba de realizar algún trabajo. Prohibir en absoluto el uso del alcohol antes o durante los servicios, haciéndolo únicamente y bajo vigilancia al terminar estos y retirarse a los alojamientos.
Una grave dificultad presentó en todo momento la brusca diferencia de temperatura que experimentaba el soldado al entrar o salir en sus alojamientos, en los que con frecuencia se mantenían temperaturas de 35 a 40 grados sobre cero. Para evitar el efecto perjudicial de esta diferencia de temperatura, se acudía al expediente de permanecer en los alojamientos durante el descanso, con la menor cantidad de ropa posible, incluso desnudo el tórax y sin botas, A veces los soldados — particularmente los alemanes — estaban únicamente cubiertos con la prenda interior, ya que todos los alojamientos estaban provistos de estufas alimentadas con la abundantísima leña del país, y, sobre todo, los alojamientos que se construyeron durante el invierno poseían magníficas condiciones de habitabilidad, como luego se describirá.
Las dificultades del transporte de las bajas se resolvieron de diversas formas, según se tratase de pequeños o grandes desplazamientos, y según fuese evacuación al puesto del Batallón o a retaguardia. Para la evacuación al puesto de cura del Batallón se siguió empleando la camilla ordinaria, a la que se adaptaron esquís. Para ello se emplearon los esquís del país, buscándolos de tamaño apropiado, y las correas de sujeción a la camilla se pasaban por el orificio que el esquí tiene para las correas de sujeción a la bota. Sobre la lona de la camilla se colocaba una colchoneta de paja, con el fin de aislar al herido del frío, y se le envolvía con varias mantas, cubriendo todo el cuerpo y cabeza, con lo que quedaba suficientemente protegido: el todo se sujetaba con una correa o cuerda. De la parte anterior de la camilla, sujeta en las patas, se colocaba una cuerda larga para el arrastre. En la parte posterior, otra más corta, para que el segundo camillero ayudase en los pasajes difíciles. Este medio de transporte tenía la inmensa ventaja de que, por su ligereza, podía llevarse como camilla ordinaria en los sitios donde no podía deslizarse, y como trineo, en las partes apropiadas. Este tipo, ideado por los españoles al principio del invierno, fue empleado por otras Unidades que no habían tenido conocimiento del mismo, lo que indica que en las mismas circunstancias, mentalidades tan diversas como la española y la alemana hallaron soluciones exactamente iguales al mismo problema: pues, según noticias, hasta en los menores detalles de ejecución eran idénticos los procedimientos. Los Tenientes Pazos y Milicua, idearon un tipo de ambulancia ligera para un solo herido sobre trineo. Consistía en adaptar a uno de los trineos ligeros del país una caja de madera de doble pared, con paja entre ambas, en cuyo interior se colocaba al herido. Para transportes largos, este sistema parecía preferible, aunque se realizaron de un modo permanente evacuaciones desde puestos avanzados dos y medio kilómetros con la camilla sobre esquís, con resultados satisfactorios, sin tener que lamentar accidentes secundarios.
Para las evacuaciones a retaguardia del puesto de socorro del Batallón se emplearon, según las circunstancias, ambulancias automóviles sobre orugas, sobre ruedas, e hipomóviles sobre ruedas y sobre trineo. Todas ellas con calefacción, a leña las hipomóviles y eléctrica las automóviles. Se comprende que, a pesar del trabajo constante en las carreteras para abrir paso en la nieve, las evacuaciones se hicieron sensiblemente más lentas.
La guerra estabilizada y la necesidad de mantener en los hospitales la menor cantidad posible de soldados, en previsión de posibles necesidades, impusieron la creación de las enfermerías de Batallón, con una capacidad de doce a veinte camas. Estas enfermerías se instalaron, a ser posible, en sótanos protegidos, en los lugares en que el frente estaba próximo a algún pueblo, y en caso contrario, en abrigos en la nieve. Como el material sanitario del Batallón es extraordinariamente abundante, pudieron estar perfectamente dotadas.
La situación ideal para el establecimiento de una enfermería permitía instalarlas con las dependencias siguientes:
1. Sala de calentamiento y espera, con capacidad para veinte heridos.
2. Sala de curación, En ella disponían unos pies de madera sobre el suelo, de una altura de 73 centímetros, sobre los que se colocaba la camilla, al objeto de hacer las curas sobre ella. Para el alumbrado de esta sala disponían de un aparato de carburo que les proporcionaba una luz blanca de gran intensidad. Para las restantes dependencias disponían de otros faroles de carburo de menor intensidad y candiles de petróleo.
3. La sala destinada a las camas, que en alguna enfermería llegó a estar dotada de veintisiete camas, de las cuales se destinaban diez a enfermos y las restantes en reserva, para colocar a los heridos después de las curas hasta su evacuación, si no eran de primera urgencia.
Y, por fin, un depósito de material y un pequeño local para pasar el reconocimiento diario. (Se trataba de enfermería de Batallón, con otro puesto de socorro avanzado.) Todos los locales estaban provistos, al menos, de una estufa, que se mantuvo constantemente encendida durante todo el invierno.
Aparte de estos locales, se dispuso una gran sala para gaseados, que no llegó a utilizarse. En esta sala disponían, además, de los medios ordinarios para este tipo de lesionados, de un aparato de oxígeno para cinco tratamientos simultáneos.
No corresponde al servicio sanitario indicar los medios para obviar los inconvenientes de la nieve; pero baste decir que se emplearon los ya conocidísimos de esquís, raquetas y trineos en todos tipos y tamaños, y no del país solamente, sino alemanes de reciente construcción.
Hay ahora que exponer, tras lo que pudiéramos denominar medidas profilácticas generales, lo que la propaganda enemiga calificó poco menos de azote del Ejército, y singularmente de la División Española. Nos referimos a la enfermería durante el invierno. Las lesiones a frigore, del tipo gripal, fueron las normales, en la misma época que las guarniciones españolas. Sólo en alguna época (mes de diciembre) se observó un recrudecimiento de este tipo de enfermedades, debido a un brusco descenso de la temperatura, que había mejorado en el mes precedente. Lo mismo se observó al final del mes de enero, con ocasión del ascenso de temperatura.
Ocupandonos de las congelaciones se observaron los dos tipos: generales y locales. Las generales se registraron, sobre todo, en individuos que habían de detenerse por cualquier causa en plena nieve: conductores de camionetas que sufrían accidente, etc. El enfermo no se daba cuenta y caía al suelo sin sentido. Sin embargo, los que le rodeaban podían darse cuenta de su lesión antes de su caída, por la palidez intensa y especial aspecto del rostro. Al enfermo no le aquejaba molestia alguna, sino una sensación de bienestar. Estos casos fueron poco frecuentes y reaccionaron bien al masaje con nieve de todo el cuerpo y al calentamiento progresivo y lento. Se les administraba tras esto alcohol en forma de coñac o vodka. Las congelaciones locales revistieron mayor importancia por su cantidad y por la duración de las lesiones. El soldado notaba al principio una sensación de frío intenso en la extremidad afecta. Progresivamente esta sensación se convertía en dolor intensísimo, que desaparecía dejando una ligera anestesia y, a veces, una sensación de calor.
Esta era la fase inicial. El dolor aparecía aproximadamente a los cuatro o cinco minutos de permanencia en la nieve (sin el calzado especial); las algias dolorosas se mantenían durante media hora aproximadamente, y después sobrevenía un largo período de insensibilidad al tacto y presión, con una sensación subjetiva de calor. La extremidad quedaba pálida. Poco a poco, esta palidez se convertía en cianocis (color azulado), y si la permanencia se prolongaba o actuaban otras condiciones coadyuvantes, se producían las fases siguientes de la congelación. Los perniones, o sabañones, no se presentaron con más frecuencia que en España, y predominantemente en manos y orejas. En pie eran menos frecuentes, porque con mayor facilidad la congelación avanzaba y se presentaban los tipos siguientes: Las flictenas (ampollas) aparecían como una fase más avanzada. En los pies se observaron, con especial predilección en la cara dorsal de los dedos, sobre todo del dedo grueso. El orden de preferencia era dedo grueso, quinto, segundo, tercero y cuarto dedos. En las manos, la preferencia era también en la cara dorsal, sobre todo en los dedos índice y medio. En estos lugares, la piel de las flictenas era fina y estaba muy distendida por el líquido. Pasadas unas horas, la turgencia disminuía y aparecía ligeramente flácida.
Un caso aparte eran las congelaciones de la cara plantar del pie y palmar de la mano. En aquélla se localizaba, sobre todo en el talón, y en ésta, en las yemas de los dedos. Debido al enorme grosor de la piel en estos sitios, no se observaba flictena alguna, sino que observábamos la congelación guiados por los dolores del soldado. Por el contrario, en los restantes sitios, las flictenas deformaban la mano y pie, dándoles aspecto amorcillado. Las orejas eran de este último tipo, y en algún caso se vio congelación del párpado superior.
Interesa hacer un ligero análisis de las causas que favorecen la aparición de congelaciones de este tipo. No nos referimos a la permanencia en la nieve, sino a las condiciones que favorecen la aparición, ya que muchos soldados — la gran mayoría — no sufrieron congelaciones, encontrándose en las mismas condiciones que los congelados. El calzado influye extraordinariamente. Si está demasiado apretado, impide la circulación sanguínea. Esta acción del calzado se ejerce incluso en el caso de que sea holgado, si el soldado no evita acercar a la lumbre las botas húmedas, con lo que se encoge el cuero y la bota lesiona el pie o le oprime con exceso. Influye también extraordinariamente el que no se haga un calentamiento gradual, sino que se pretenda hacerlo rápidamente. En casos en que con cuidados adecuados no se sufría congelación, ésta se presentaba indefectiblemente si se acercaba el pie a la estufa directamente desde la llegada del soldado del exterior.
Las circunstancias que se han señalado clásicamente como favorecedoras de la congelación, eran las heridas, la depresión, el alcohol, etc. De ellas, la primera se presentó algunas veces en duros combates que no permitían evacuar con suficiente rapidez las bajas. Las restantes no se observaron. Por lo tanto, las medidas profilácticas que se impusieren, y que generalmente dieron los resultados apetecidos, fueron las siguientes:
a) Impedir que los soldados se acercaran directamente a la lumbre, sino que su calentamiento fuese lento y progresivo.
b) Hacer que se quitasen el calzado con la mayor frecuencia para evitar la compresión excesiva.
c) En cuanto notasen la menor molestia, quitarse el calzado y luego frotarse fuertemente con nieve los pies hasta la desaparición del dolor o frío; tomando después alguna cantidad de alcohol. Lo mismo en manos, orejas, etc.
d) Lavado frecuente de los pies para evitar la infección de posibles lesiones.
Todos estos cuidados estaban a cargo de los practicantes de las Compañías. Para el tratamiento de las formas con flictenas se reveló como extraordinariamente eficaz las compresas de prontosil aplicadas tras la extirpación de la piel de la flictena. Aun en los casos en que aparecieron escaras en el interior de la flictena, este procedimiento fue realmente magnífico.
Como es natural, en todos los congelados con flictenas o sabañones se puso suero antitetánico. El tiempo de curación de una congelación de este tipo oscilaba entre una y tres semanas. Las congelaciones de talón y yemas de dedos las trataron por el mismo procedimiento, quitando la piel y aplicando la compresa de prontosil, sin otro cuidado alguno. Las compresas se renovaron diariamente.
La mayoría de estos congelados permanecían rebajados de servicio, pero continuaban en sus pequeñas unidades; pues la lesión no les impedía ser empleados, si las necesidades del combate o servicio lo exigían.
Otro extremo interesante de la campaña de invierno fue la lucha contra los parásitos (pediculus vestimenti), los cuales eran tan abundantes en Rusia, que sin un especial cuidado no había posibilidad de verse libre de ellos, por poco contacto que se tuviera con la población civil. Un Oficial alemán decía gráficamente que en la gran guerra, pasar la frontera rusa y llenarse de parásitos fue todo uno, y que no se vieron libres de ellos hasta que salieron. Revestía esta plaga del país un especial peligro, puesto que en algunas regiones era endémico el tifus exantemático. Para combatir el parásito, disponían de cuprex, que, a pesar de tenerse suministrado en cantidades que hoy nos parecerían grandes, no era suficiente para toda la tropa. Se empleaba, sobre todo, para mantener la enfermería desinfectada, y para la tropa se acudió a otros procedimientos, como las estufas de calor seco, construidas con materiales diversos. En los Batallones, la campaña antiparasitaria se hizo con dos medios: petróleo y formaldehido. El petróleo se suministraba a las diversas unidades pequeñas cada día, durante tres consecutivos, y se vigilaba que cada soldado frotase con un cepillo impregnado todas las costuras de sus prendas. No se observaron dermatosis por el petróleo. Este no procedía, naturalmente, del suministro, ya que las cantidades consumidas en este menester eran elevadísimas. Procedía de unos depósitos tomados al enemigo que contenían un petróleo bastante impuro, pero útil para este servicio. El formaldéhido se empleaba en un gran depósito de latón, sobre cuyo fondo se dispuso una rejilla de madera para que la ropa no estuviese en contacto con el líquido. Sobre la rejilla se disponía la ropa, sobre todo mantas, y se vaporizaba el formol por el calor. La desinsectación de las ropas de la tropa se repitió cada ocho días.
Una alimentación a base fundamentalmente de grasas compensaba el gran consumo energético en esta época. Respecto a los hidratos de carbono, la ración de pan fue durante el invierno, de 6oo gramos por día. Al mejorar las condiciones del transporte con el comienzo del deshielo la ración aumentó a 750 gramos. Independientemente de la ración ordinaria, a propuesta del médico del Batallón, se suministraba una ración suplementaria (ración ordinaria doble, con 5.200 gramos de pan) a los soldados que lo necesitaban, pudiendo pedirse para estas atenciones un 15 por 100 del total de la fuerza.
Los muertos de la Unidad eran enterrados en el mismo sitio, haciéndose por comodidad un pequeño cementerio de Batallón, en el cual las tumbas estaban perfectamente identificadas, y se levantaba un plano del lugar para fijar exactamente su posición.
Fuente: Revista Ejercito. 06/1943. Nº 55 – Pag 55.
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